La gente se arremolinaba en torno al andén. Unos corrían con sus maletas para tomar el tren mientras otros les despedían y deseaban a gritos un buen viaje a Madrid.
José Manuel observaba desde la ventana de su compartimento el ir y venir de aquellas personas. Pat, mientras tanto, había aprovechado para ponerse un pijamita de pantalón corto y sacaba unas zapatillas blancas rematadas por un borlón del mismo color.
Cuando él se giró quiso pensar que tenía ante sí a un ángel y mirándola fijamente, le dijo:
– Eres preciosa. Cuánto me gustas…
Pat se sonrojó y con la voz entrecortada dijo:
– Tú también me gustas.
Sentados en la butaca empezaron a besarse: primero asustados, luego convencidos y más tarde con el ardor propio de algo que siempre nace con fuerza pero se diluye con el tiempo.
– Un momento, espera -dijo Pat apartando la cara de José Manuel- Debo tomar una pastilla contra el mareo.
Llenó un vaso de cristal que estaba sobre el pequeño lavabo y bebiendo despacio se introdujo en la boca una pequeña pastilla que sacó del bolso.
José Manuel, mientras tanto, aprovechó para abrir la cama con la excusa de ver cómo era.
-Iremos cómodos. ¿Te gusta?
Ella, rompiendo el encanto del momento se limitó a decir:
-Tengo hambre. Deberíamos cenar ya.
-Bueno, como quieras, pero el vagón restaurante todavía no estará abierto. Piensa que el tren sigue parado. Aún le quedan cinco minutos para salir.
Pat, comprendiendo que se había precipitado, volvió a besarlo y abrazándolo con fuerza lo tiró sobre la cama.
Risas y cosquillas fueron el estreno de la cama que parecía que también quería conocer como terminaría aquella aventura.
Entre dulces caricias el tren salió y las ropas de los dos quedaron amontonadas por el suelo de moqueta del estrecho compartimento.
La respiración entrecortada de José Manuel le hizo recordar su noche de bodas. Después de llevar un año separado pensaba que era el mejor premio que tenía. Su matrimonio terminó en un verdadero fracaso. Su mujer se fue con su mejor amigo y él fue por un tiempo el hazmerreir de todo el vecindario.
Todos estos pensamientos hicieron que el ritmo de las caricias decreciera y Pat lo notó enseguida.
– Cariño, ¿te pasa algo? –preguntó-.
José Manuel, como borrando su pasado de un plumazo, la abrazó de nuevo acompañando todo con un largo beso apasionado.
Durmieron un rato, abrazados, después de su primer éxtasis juntos.
José Manuel estaba un poco avergonzado por los gritos de placer que Pat lanzó como final de su gloria. Apartándola como pudo de su lado se incorporó y empezó a vestirse recogiendo la ropa del suelo. Suavemente para que no se despertara la tapó con la sábana no sin antes volver a mirarla. Le dio un beso en la frente como dándole las gracias por tanto placer y salió en busca de la cena cerrando el compartimento por fuera y diciendo en voz baja: – «Esto no puede ser verdad».
José Antonio.
Tercera entrega….
¿Llegaremos mañana a Madrid?
Claro, es que antes los trenes tardaban más… ¡Cómo no había AVE!
Actualmente esta historia habría sido muy distinta porque cuando José Manuel hubiera empezado a besar a Pat… ya habían llegado a Atocha (je, je)
Bueno, a ver con qué nos sorprende José Antonio mañana.
By: caberna on 10 septiembre 2008
at 21:19
No, Caberna, yo estaba acongojado por si entraba el revisor a fastidiar la gloria (como dice J.A.)… ¡billeteeeees!
¿Va ser verdad, entonces, que existen los ángeles?
By: Milano on 10 septiembre 2008
at 22:31
Hoy en el capítulo IV estarán en
Madrid.Si corro más enseguida se
termina y se pierden detalles.
No hay revisor en este tren Milano
aunque en un momento mientras
escribía le ví poner la oreja en la
puerta…
By: José Antonio on 11 septiembre 2008
at 10:32
¡Que cosas!,tu
By: Rosi Sentís on 11 septiembre 2008
at 13:43
Muy bueno, Jose Antonio, eso de que «mientras escribías viste al revisor poner la oreja en la puerta». ¡Qué bonita forma de mezclar la realidad y la fantasía! Vamos a terminar llamándote «Antonnioni» (Michelangelo) Je, je, je…
Milano: Es verdad, eso de que entrara el revisor en el momento de la «gloria» (según el autor) pues hubiera producido un «coitus interruptus literario» -además del otro- pero son cosas que ocurren en la realidad.
Como dice Rosi, ¡qué cosas, tú!
By: caberna on 11 septiembre 2008
at 20:34
Esperemos que cuando llegue el tren a Madrid, no haya sido tan solo un bonito sueño al que ha contribuido la mullida litera del coche-cama, o que nuestro protagonista, al no poder conciliar el sueño, haya caido en profundas meditaciones oníricas, pero despierto, o el típico final de los cuentos de nuestra infancia «y fueron felices y comieron perdices».
Lo mas romántico sería que hicieran transbordo hacia París…»I love Paris in the spring time…!», la ciudad del amor, subir a la torre Eiffel, y en un desbordante arroyo de romanticismo, nuestro protagonista, con voz melodiosa, le dijera a su amada: todo lo que ves hasta donde se pierde la vista te daré, si poniendote de rodillas, y sin que nadie nos vea…
Espero no haber roto ningún posible final.
By: Santiago on 11 septiembre 2008
at 23:31
Pude ver hasta la cara que puso
el revisor al escuchar los gritos de
Pat.A veces me doy miedo,mientras
escribo,los personajes se amontonan
por detrás de mí a ver lo que pongo.
Escucho risas irónicas,pasos,toses
profundas…
No será un final de comer perdices y
tampoco habrá trasbordo hacia París…
By: José Antonio on 12 septiembre 2008
at 10:21