Un señor de librea, con gorra de plato y con impresionantes galones dorados en la bocamanga, con ademanes exquisitos me recibió en la entrada de Ibiza 2.
-¿Vive aquí Doña Clementina Gracia de Ribadeneira?
-Si señor, -¿de parte de quién, por favor?
-Gustav Sinclair; aunque ella no me conoce, tengo en mi poder un documento histórico que creo que le pertenece, si es la persona que estoy buscando. Un momento, permítame.
Desde el despacho de la conserjería pulsó una especie de interfono. Mientras hablaba por él, me fijé en la lujosa escalera con la alfombra roja con los soportes dorados como los pomos perfectamente bruñidos del pasamanos.
Una joven me abrió la puerta de la casa, -hola, soy Elvira, pasa y siéntate, enseguida viene mi madre-.
Una señora de porte elegante, de gesto agradable y ademanes serenos me extendió su mano.
-Usted dirá, señor Sinclair-.
-Ante todo quisiera saber si usted es descendiente de Francisco Gracia de Ribadeneira, marino que estuvo embarcado en la Goleta argentina Manuelita-.
-Si claro, era mi abuelo, y fue asaltado por unos piratas cerca de Jamaica-.
-Entonces, esto le pertenece. Y le entregué la carta que su abuelo envió al Presidente del Gobierno O`Donnell.
Me miró extrañada y fijó la mirada en aquellos papeles amarillentos.
Levantó la vista, e interrogándome con aquellos ojos azules, acuosos, a punto de brotar la lágrima, con voz temblorosa me dijo:
-¿Por qué arte de magia ha llegado esto hasta usted?-.
-Por casualidad señora, estaba ojeando un libro en la Biblioteca y cayeron al suelo estos papeles, puestos allí entre sus hojas por algún desconocido, y permítame que le diga que ha sido una auténtica odisea dar con su paradero. Hasta me arrestaron por espía-.
-¡Cuántas veces nos contó mi abuelo la historia de esa legendaria carta!-. Siempre sostuvo que nunca llegó al poder del primer ministro, algún lacayo le retuvo un tiempo, y luego por miedo la escondió en ese libro que usted comenta.
Elvira que oyó las exclamaciones de su madre entró en el recibidor y se sentó junto a ella, acariciándole el brazo consolándola.- Este señor estará deseando saber la historia del abuelo. ¡Cuéntala, cuéntala!
-Mi abuelo Francisco, enterró el cofre en aquella cueva de Benzú; pero antes se guardó entre sus ropas las que pudo disimular. Como él decía, tuvo a una única testigo, una dama dormida allá en lo alto de un cerro.
Un anillo de oro con diamantes fue el pago a un guardia para que le ayudara a huir. Una barca con dos marineros le esperaron en las playas de San Amaro, y llegaron sin novedad a Gibraltar. Nunca más volvió a Ceuta por miedo a que lo cogieran otra vez, así que el tesoro, si no lo ha encontrado nadie aún, allí debe seguir enterrado. Cuando murió mi marido, mi hija y yo estuvimos en esa playa, entramos y reconocimos las cuevas que contaba mi abuelo, por supuesto que no buscamos el famoso cofre.

Benzú y al fondo La Mujer Muerta o La Mujer Dormida, según gustos
Logró sacar una fortuna por aquellas joyas, dinero que invirtió en varios negocios, haciendo que sus rentas se multiplicaran año tras año. Se casó con la abuela Elvira en 1870, una señorita de la alta sociedad madrileña. Tuvieron cinco hijos, todos varones, Francisco, Senén, Andrés, Luis y Rafael; yo soy hija del menor, Rafael, y esta es mi hija, que se llama como su bisabuela-.
Al decir esto último se dio cuenta, que estaba abstraído mirando a su hija, que era preciosa, con su pelo recogido en una cola de caballo que revoloteaba con viveza a cada movimiento de su cabeza. Ella esquivó la mirada un poco ruborizada. Con decisión me cogió de la mano y me llevó al salón para que viera el retrato al óleo de su bisabuelo, un señor de grandes patillas, de mirada penetrante, apoyadas las manos en un bastón con empuñadura de cabeza de perro en marfil, que en nada recordaba a aquél joven aventurero envuelto en historias de piratas.
Los días siguientes me los pasaba en casa de Doña Clementina, o saliendo con Elvira al cine, o de paseo. El amor surgió como la llama flameante que busca las alturas en busca del oxígeno.
Paseando agarrados por la Glorieta de Quevedo, abrazados fuertemente para quitarnos el frío, le comenté que deberíamos ir a Ceuta a buscar el tesoro que dejó su bisabuelo, rodeándome con sus brazos me dijo: -Yo ya he encontrado mi tesoro-.
E P I L O G O.-
En el verano de 1963, mi tío, Ramón Ruiz de Somavía, me pidió que le acompañara al mercado central de Ceuta, antes pasamos por el despacho del Administrador General de las Plazas de Soberanía de Ceuta y Melilla, General Carvajal, en la Plaza de los Reyes, que era íntimo amigo suyo. Yo me quedé esperando en la antesala, ojeando las páginas con fotografías del ABC.
Como no cerraron bien la puerta, pude ver sentados alrededor de la mesa a mi tío, el General y Gustav Sinclair, por aquél entonces encargado del Consulado Británico en Ceuta. Esta es la historia que contó el inglés y yo transcribo muy gustoso aquí.
T H E E N D.
Santi.
Bueno, pues llegó la historia al final. Yo me he quedado paseando por la playa de Benzú y esperando que en algún momento apareciera el ansiado tesoro…
Pero ya veo que no, que habrá que buscar otros tesoros que, seguro, la vida nos tiene reservados en cualquier lugar, con cualquier excusa, en cualquier persona…
Me ha encantado la historia, Lord Santiago.
Sigue escribiendo y deleitándonos con cosas bonitas como ésta.
Un fuerte abrazo.
By: caberna on 15 noviembre 2009
at 10:23
No pasa un día en que no encontremos uno o varios tesoros. Como dice Violeta Parra; «gracias a la vida, que me ha dado tanto, me dió dos luceros, con ellos distingo lo negro del blanco». Ya tenemos dos tesoros, infinítamente más valiosos que cualquier cofre lleno de oro y diamantes. La caricia de un niño; un beso de un ser querido; al hacer o que te hagan un favor, en el momento del agradecimiento. Así van desgranándose pequeñas joyas, que hacen que al llegar la noche, nos sintamos los seres más ricos del planeta
By: Santiago on 15 noviembre 2009
at 23:45
Desde luego la historia merecía su lectura! Apasionantes los capítulos y un final muy bonito, muy romántico. Y es que, los caminos que hacemos nunca se sabe dónde van a desembocar.
A veces, los tesoros son así, regalos de la vida.
Besos y gracias a los dos!
By: Gebirg on 15 noviembre 2009
at 11:35
Me alegro que te gustara, ya sabes que no es ningún mérito, me pongo a escribir y el teclado me dirige los dedos donde hay que pulsar, solo tengo que pensar un poquito de nada. Lo puede hacer cualquiera. A ver cuando nos sorprendes tú con una buena historia, que seguro que tienes madera.
By: Santiago on 15 noviembre 2009
at 23:53
Por motivos de trabajo suelo ir mucho a Benzu, llevo toda la semana mirando por todos los rincones por si me encontrara ese tesoro,¨¡No os preocupeis! si lo encuentro os lo digo.
Gracias por esta historia, una mas de las muchisimas que puede dar esta Ciudad.
Un saludo del Sur del Sur.
By: YO MISMO on 15 noviembre 2009
at 13:20
Supongo que si lo encuentras, además de dicírnoslo repartirás algo con tus amigos, con más motivo por ser todos tú, cada uno de nosotros seríamos YO MISMO.
No creo que haya muchos tesoros escondidos hoy en día, con los adelantos en detectores, historiadores y adelantos técnicos.
A veces les pregunto a los que van por la playa con el mec-mec-mec y me dicen hoy llevo tres euros encontrados y cinco horas dando zapatazos por la arena. ¡Buén negocio, si señor!
By: Santiago on 16 noviembre 2009
at 00:05
Precioso relato… Muchas gracias.
By: MEfistófeles on 15 noviembre 2009
at 22:30
Gracias a tí, gracias también por no ofrecernos el tesoro de la eterna juventud; aunque si fuese gratis no me importaría; pero entregar el alma; aún siendo escépticos con su existencia, ¡por si acaso!
Muchas gracias por molestarte en echar un vistazo por este Blog de mi amigo Caberna que tal gentilmente me presta, o más bién yo le invado muy a menudo.
By: Santiago on 16 noviembre 2009
at 00:20
¡Que fonito, Santi! Gracias por la historia, páisa.
By: Milano on 16 noviembre 2009
at 09:57
Me alegro, páisa, que te ha fustado la historieta.
By: Santiago on 17 noviembre 2009
at 00:03