Después de terminar la carrera de Económicas en la Universidad de Cambridge, decidí preparar oposiciones para el Foreing Office, por ver si podía entrar en el Cuerpo Diplomático, donde me dijeron que fácilmente podría optar a una plaza, a la vista de mi impresionante expediente académico; y me puse manos a la obra.
No me apetecía pasar el invierno en Inglaterra, todavía faltaban varios meses para los exámenes y decidí volver a Madrid con mi familia. Repasaría los temas en cualquier biblioteca que pudiera proporcionarme el material adecuado.
Por aquella época me aficioné a fumar en pipa. Con mis grandes gafas de montura negra graduadas para mi astigmatismo, dejando una estela de oloroso «amsterdamer» y mi cartera, subía la escalinata que daba acceso a la Biblioteca Nacional, como solía hacer cada vez que visitaba la capital española. Entregué el carnet a la entrada, recorrí los estantes buscando algún tomo que me interesara para mi trabajo; unas chicas me observaban curiosas desde el piso superior. De vez en cuando llegaba el murmullo del tráfico desde la Plaza de Colón o de la calle Jorge Juan. De pronto me vino a la vista un libro que me extrañó el título «De la Coruña a Ceuta», travesía en un cliper cargado de maderas. Empecé a hojearlo, con el dedo pulgar pasé rápidamente las hojas esperando encontrar algo interesante. Cuando lo devolvía a su sitio, cayeron unos papeles de entre sus hojas, unas cuartillas amarillentas por el paso del tiempo. Era una carta manuscrita de un preso del penal del Hacho en Ceuta, decía así:

Recinto amurallado del Monte Hacho, antiguo penal
«Penal del Hacho, Ceuta 29 de Enero de 1860.
Señor Presidente del consejo de Ministros D. Leopoldo O`Donnell: Me tomo la libertad de dirigirme a Su Excelencia para describirle los insólitos acontecimientos que le han venido ocurriendo a este su humilde servidor en los últimos tiempos.
Me enrolé en la goleta de la Argentina Manuelita, que partía del puerto de Cádiz con destino a Cuba, con semovientes, otras mercaderías y algunos pasajeros. Disfrutamos de una travesía tranquila; pero a doscientas o trescientas millas de Jamaica, divisamos un bergantín que venía hacia nosotros y se colocó en paralelo por babor al tiempo que izaba la bandera con las tibias y la calavera, a duras penas pude ver en nombre del navío, «El Gloria de Terranova», nos abordaron como salvajes, el que parecía el jefe de ellos entró muy decidido al camarote de nuestro capitán, y después de un buen rato, salió con un cofre y ordenó que lo embarcaran en su nave. Todos estábamos inmovilizados por los piratas que nos amenazaban con sus armas de fuego, nuestro capitán forcejeaba para deshacerse de los dos forzudos que lo custodiaban, recibió un culatazo de un arcabuz y quedó desmayado en cubierta.
Cuándo parecía que ya se marchaban, se volvieron hacia nosotros y a casi toda la tripulación nos obligaron a embarcarnos en su barco. Soltaron las amarras que mantenían a los dos buques unidos, y dejaron al Manuelita a la deriva, pusieron rumbo hacia el Este, una vez que nos dejaron maniatados y encerrados en las bodegas.
Por las voces de la tripulación que nos llegaban, se dirigían a las costas de Argelia para entregar el cofre a un Jeque llamado Jassim Al Althani.
Forzaron el cierre del cofre, y nos enseñaron las joyas de valor incalculable que contenía. Brazaletes de oro con incrustaciones de maravillosas piedras preciosas, diademas, cálices y monedas de oro, nos daba la sensación de que el Jeque jamás vería su valioso alijo.
Ya se divisaban las playas de Cádiz, cuando una Nao española nos abordó sin miramientos y partió el bergantín en dos mitades, yo me tiré al agua y me abracé a un madero.
El capitán y unos cuantos marineros trataban de huir en una falúa con el cofre a buen recaudo, un cañonazo los lanzó por el aire. De la sacudida, el esquife vino hasta mi posición. Sujetado a un cabo suelto, esperé a alejarme de la contienda nadando y arrastrando la embarcación conmigo.

Ensenada de Benzú
Cuando cayó la noche, me subí al bote y acurrucado entre las cuadernas me quedé dormido. Cuándo desperté, el Sol ya sobrepasaba el mediodía, divisé tierra a babor y estribor, tendría que haber llegado al Estrecho de Gibraltar. Monté la pequeña vela y puse rumbo a berbería. Preocupado por la navegación, no había reparado en el cofre con las joyas, allá en el fondo del bote. El corazón empezó a latirme con fuerza, obnubilado al ver aquella caja metálica que era mía, con esa inmensa fortuna, a punto estuve de zozobrar contra una mole de granito, un islote deshabitado. Una vez varada la pequeña embarcación salté a tierra con la idea de esconder el botín en sitio seguro. Encontré unas cuevas; aunque demasiado húmedas, adentrándome en ellas pude elegir una segura a la que no llegaba la humedad; cavé un hoyo profundo y puse el cofre en el fondo; memoricé el lugar y me fui caminando por la playa. No había recorrido unas yardas, cuando dos alguaciles me detienen y me piden documentación. Todo se quedó en el Gloria de Terranova, les hago saber.
Me llevaron detenido a los calabozos del Hacho, acusándome de piratería, puesto que me vieron desembarcar de la falúa que llevaba el mismo nombre que el bergantín pirata.
Señor Presidente del Gobierno, humildemente, le ruego que ordene la localización del tesoro, a fin de que pueda servir para la liberación de mi injusta encarcelación.
Sin otra particularidad, se despide de Su Excelencia, que Dios guarde,
Francisco Gracia de Ribadeneira».
CONTINUARÁ…
Santi.
Mi querido Lord Saint García (parece un nombre llanito, jeje): Fabulosa historia ambientada en el más bucanero de los ambientes, y muy bien traída, por cierto. La duda que nos has dejado a tus lectores es qué pasó por fin, si pudiste o no ingresar en el cuerpo diplomático, si te llegaste a presentar al examen para el Foreing Office… Acláramelo porque sería interesante que me buscaras una recomendación «pa mi niño» que está la cosa mu malita, primo.
Bueno, aparte de la coña, me ha gustado mucho la entrada de hoy. Eres un artista del relato fantástico o del fantástico relato, que no es lo mismo.
Gracias por el ratito que nos dedicas y un fuerte abrazo, vecino. Por cierto, dile a tu madre que recoja la ropa del tendedero que parece que va a llover…
By: caberna on 5 noviembre 2009
at 22:01
Vecino, ¿donde has vistos esos nubarrones negros que prometían largos días de lluvia aliviadora?, lo que hay en un viento, que se parece que se pueda tocar a la mujer muerta desde aquí, de lo despejado que está.
Respecto a la recomendación, tal vez podamos hacer un viaje en el tiempo y pedírsela a Don Camilo en la segunda entrega que está a punto de salir de la imprenta, y poder situar a nuestros churumbeles.
By: Santiago on 7 noviembre 2009
at 20:50
No te cortes, Santi… sigue, sigue.
By: Milano on 6 noviembre 2009
at 10:50
Esperemos que no me abandonen las musas, y como no se puede uno extender demasiado, por aquello del cansancio y la fatiga del sufrido lector, hay que resumirlo todo mucho, sin poderse extender en más explicaciones, que le daría al relato una mayor anchura. Por ejm. «el capitán de los corsarios era un tipo alto y fuerte, con un voz ronca, al sonreir enseñaba unos dientes negros y muy separados, al hablar, guiñaba el ojo izquierdo, dándole al rostro una expresión burlesca, restando pánico a sus terroríficas palabras. A su derecha asentía con la cabeza uno de los sicarios, con pata de palo, un ojo tuerto tapado con un parche negro y un garfio imponente engarzado al muñón de su brazo izquierdo».
By: Santiago on 7 noviembre 2009
at 20:41
Pues ya estoy deseando leer el segundo capítulo!! 🙂
Lo que disfruto con tus relatos…!!
Abrazos
By: Gebirg on 6 noviembre 2009
at 20:53
Qué grandes eran aquellos escritores del siglo XIX, que escribían sus novelas por entregas en las páginas interiores de los periódicos. Con cuanta pasión esperaban sus lectores los siguientes capítulos. El padre de familia llegaba a su casa con el periódico debajo del brazo, y toda la familia alrededor tratando de capturar algunas frases sueltas. Luego, de mayor a menor iban disfrutando de la lectura. Era la televisión de entonces, con sus series, sus telenovelas y sus reallytes-shows, pero con más arte y gracia que ahora. ¡Romanticismo hija, romanticismo!
By: Santiago on 7 noviembre 2009
at 21:02
Amigo Santi, aunque creo que no nos conocemos, suelo leer a menudo tus relatos e historias.
Pero siento decirte que hoy me has dejado con la boca abierta, espero no tener que esperar mucho para ver como termina la historia de Francisco Gracia de Rabadeneira.
¡¡¡Avisame por favor!!! Gracias.
By: YO MISMO on 7 noviembre 2009
at 00:09
Seguro que nos conocemos amigo Yo mismo, en cuanto nos viéramos nos recordaríamos. Como cuando veo alguna de esas fotografías que poneis en el foro del barrio. El de mi tocayo. Enseguida reconozco a la gente, aunque haga más de cuarenta años de no saber de ellas. Cómo olvidar la maravillosa niñez que pasamos en aquél barrio tan entrañable, jugando entre las cañas de la huerta, hasta que venía el largo-piri y nos apedreaba para que nos fuésemos, o cuando saltábamos la tapia del hospital y hacíamos equilibrio andando por el filo, esperando que nos llamaran los soldados para llevarles la botella de mistela de casa Basilio y nos dieran una peseta de propina. Seguro que nos reconoceríamos. Un abrazo.
By: Santiago on 7 noviembre 2009
at 21:22
Esto me suena a ALAKRANA y PPSOE.
Je, je.Muy bueno Santi.
By: José Antonio on 7 noviembre 2009
at 11:01
Más o menos lo mismo, el mar siempre ha sido escenario de frecuentes encuentros o más bién encontronazos entre los hombres.
Parece mentira que todavía exista la piratería, cuando ya habían desaparecido las leyes que la condenaban. Habrá que ir poniendo remedio, como dice la ministra, electrificar las barandillas y pasarelas cuando se vea un buque sospechoso de ser bucanero. La gracia que le hará al pobre pescador cuando se olvide de la electrificación y se agarre al hierro y se quede pegado o le dé una sacudida y lo mande al barco de los filibusteros. Un abrazo.
By: Santiago on 7 noviembre 2009
at 21:33