La noche nos sorprendió en la carretera. No pudimos admirar la gran mole de Sierra Nevada, sin una gota de nieve en pleno mes de un agosto caluroso. Enseguida enfilamos la Avenida de los Reyes Católicos, llegamos a Plaza Nueva, aparcamos frente al Palacio de Justicia. Nos esperaban en una casa de la Carrera del Darro, el murmullo del agua subía desde el fondo del barranco, antes de perderse por el embovedado bajo la ciudad. Nos envolvió el embrujo que exhala de los alrededores de la Alhambra, frente a nosotros se alzaba majestuosa la antequeruela, que pese a la poca iluminación adivinábamos o recordábamos de otras veces, los helechos arborescentes, las higueras silvestres, manojos de rododendros, salpicados irregularmente por toda la ladera. Arriba, potentes focos iluminaban las piedras centenarias, piedras que nos observaban con desdén al ver que no vestíamos los ropajes de sus primitivos pobladores, que no usábamos las zargüellas, los jubones, chilabas, almejías o turbantes, que no calzábamos nuestros pies con babuchas y los llamativos borceguíes, que no pronunciábamos su enrevesado y rajante lenguaje.
Ya en el zaguán, decorado con arabescos, nos señalaron nuestra habitación, me senté en la cama, abrí el balcón, los muros llenos de luz alargaban nuestras sombras hasta el interior de la alcoba.
Mi pensamiento voló varios siglos atrás y trató de imaginar el dolor de aquellas gentes que tuvieron que abandonar a la fuerza tanta belleza. La inmensa tristeza de un pueblo entero de dejar sus costumbres, sus ritos, sus religiones, si querían seguir viviendo en estas tierras conquistadas por la fuerza, <o quedarse en este vergel, o el desierto>, decían los bárbaros del norte.
Después de cenar en un restaurante de la zona, nos fuimos al Abén Humeya, un sitio precioso en el Albaicín, con sus terrazas escalonadas, tratando de emular a la Alhambra en su decoración, las mesas con sus velitas, los camareros displicentes, nos atendían con esmero. Enfrente, como no, se recortaban las murallas de la Alhambra, el frío empezaba a hacer estragos en los hombros desnudos de las mujeres.
La conversación giró, de los detalles turísticos de la ciudad de Granada y su costa mediterránea, a los motivos de la expulsión de los moriscos.
Como estábamos en la casa de uno de los cabecillas de las revueltas de las Alpujarrras, Aben Humeya cobró protagonismo. Este hombre, convertido al catolicismo y rebautizado Fernando de Córdoba y Valor, quiso dejar de llamarse Muhammad Ibn Umayya, es decir, pactó su conversión. Llegaron a nombrarlo Rey.
Al ver como Felipe ll, en un edicto real mando al marqués de Mondéjar y a Don Juan de Austria a luchar contra los insurgentes, se puso al frente de ellos, gentes que no se resignaban a perder su estatus en aquella sociedad, que no eran vulgares ciudadanos. Como dice Julio Caro Baroja en su estudio Los Moriscos Del Reino de Granada: <Desde el punto de vista raciológico los moriscos granadinos eran una mezcla de árabes y sirios, bereberes, elementos indígenas y judíos antiguos, con algunas dosis variables, hindúes y turcos inclusive. Sabido es que en época muy remota se establecieron varios linajes sirios y varias cábilas arábigas en tierra granadina. Pero esto no quitó para que durante mucho tiempo Granada fuera llamada la «ciudad de los judíos» por antonomasia y para que cada vez el elemento berberisco se hiciera sentir más>
Esta mezcolanza de caracteres étnicos se puede apreciar hoy en día en nuestra Andalucía, en el lenguaje popular, en los ingenios técnicos, y en infinidad de descripciones domésticas.
El frío era inaguantable, y decidimos retirarnos, más que nada por las mujeres, porque los hombres con nuestras dosis de roncolas, podríamos aguantar algunas horas más.
Aún se divisaban las piedras iluminadas desde las suaves sábanas, y miles de historias me bullían en la cabeza, hasta el punto de creerme que yo era una reencarnación de algún bereber de esos, que había de defender con la ayuda de mi Rey mis posesiones perdidas.
No quiero hacer aquí apología de ninguna manifestación religiosa, ni usos y costumbres de unas gentes que vivieron durante muchas generaciones en esta región y fueron desposeídos de todos sus derechos por la fuerza. Tan solo reivindicar el derecho a reconocer o incluirlo en la ley de memoria histórica, para que el gobierno de España pida perdón por aquellas injusticias que se cometieron con unas personas, que ahora, simplemente serían compatriotas nuestros.
Un abrazo de Mila y mío para Lucía y para tí.
Santi.
Interesante paseo por ese trozo de nuestra historia tan a propósito olvidado, e interesante paseo por la Alhambra, maravilla ante la cual -y después de muchas visitas- uno se sigue quedando extasiado.
Me gusta, además, cómo la has titulado. Como siempre, tu enfoque personal ayuda a ver las cosas de otra manera.
Un día más, gracias, maestro.
Un fuerte abrazo.
By: caberna on 31 mayo 2009
at 12:40
Bonito e interesante relato,me ha parecido ir paseando y recreando cada uno de tus pasos, a mi , Granada también me encanta, y en cuanto a los moriscos habria que tenerlos en cuenta y no rajar tanto de sus descendientes
By: Rosi Sentís on 31 mayo 2009
at 22:38
Santiago, yo me he sentido igual en Córdoba, he llegado a entender a los moriscos y me he sentido una de ellos, quizás alguna mora de aquellas del Alandalus, donde las mujeres cortesanas organizaban lecturas y tertulias en sus patios…
Tienes tanta razón, y es tan bello lo que dices….
A lo mejor entonces nos conociamos, tú en Granada y yo en Córdoba
By: Africa Puente Cristo on 1 junio 2009
at 00:24
Un reino, una religión. Por eso sobraron judíos y moriscos. Seguramente no es adecuado juzgar hoy -con nuestra sensibilidad actual- episodios de hace 500 años… pero es inevitable hacerlo. Y eso me avergüenza.
Un Reich, una raza…
Seguramente, ni los Reyes Católicos ni los Austrias son modelos de tolerancia.
Un relato precioso, Santi.
By: Milano on 2 junio 2009
at 09:24
CARLOS, Granada es una ciudad que produce un poderoso influjo sobre mí, creo haber vivido otra vida anterior en esa ciudad. También los ojos de la granainas, genuinos ojos españoles. En fín, una tierra soñada por mí, y mi cantar se vuelve gitano cuando es para ella ¡ele!
ROSI, le debemos tanto a esta gente, que trajeron tanta sabiduría y conocimiento, que el pago que le dimos fué expulsarlos y desporjarlos de sus bienes y haciendas, conseguidos a través de muchos siglos y muchas generaciones.
AFRICA, he tenido y sigo teniendo amigos que les ponen una chilaba y un turbante, y son auténticos moritos de los huevos, sobretodo los de los pueblos de Casarabonela, Alozaina o El Burgo, tanto es así, que les llaman Moriscos, legítimos descendientes de los desterrados que no quisieron marcharse de su tierra, renegando de su religión y costumbres.
MILANO, a veces me pregunto, si alguna vez a los que nacimos en Ceuta nos expulsaran de España y nos desterraran al Magreb de donde vinimos, y nos quitaran nuestras casas, que con tanto esfuerzo nos está costando pagar la hipoteca, para regalárse a un leonés o logroñés, y nos tuviéramos que recluir en Villajovita o en la calle Terraplén.
-Pero, mire usted señor guardia, que mis padres eran españoles de pura cepa-
-Nada, nada, al destierro, o hacerte del PP-
-Prefiero el desierto-destierro, señor guardia-
le diría yo.
Un fuerte abrazo a todos y que tengais un buén més de Junio
By: Santiago on 2 junio 2009
at 23:08