El funcionario

– Buenos días, perdone, ¿es aquí donde debo entregar esta solicitud?

-Grrrufchsss –gruñó el atento funcionario desde el otro lado de la mesa, apenas mirándome de reojo-.

-¿Perdón?

– Que espere usted un momento, hombre, ¿no ve que estoy trabajando?

Sobre la mesa de despacho (una de las catorce abandonadas por sus ocupantes de aquella enorme sala demasiado refrigerada –tal vez sería la hora del café o del cigarrito o de algo…) había uno de esos contradictorios cartelitos: “Sr. Pizarro Rubet. Atención al público”. Por el resto de la sala se veía un ir y venir de funcionarios que en grupitos diseminados galopaban de mesa en mesa en animada conversación…

– Pero su trabajo… ¿no es atender al público? –le dije-.

– Sí, ¿y qué?

– Pues que yo soy el público y quiero que me atienda.

– Eso será cuando yo pueda, y además, ¿qué quiere usted?

– ¡Hombre, gracias por preguntar tan amablemente! –apuntillé con toda la guasa que pude reunir en ese momento-. Pues mire, ya que me lo pregunta, y volviendo al principio, desearía saber, si no es mucha indiscreción, dónde demonios tengo que entregar esta solicitud –dije elevando un poco el tono de voz al final-.

– Eso no es aquí. Segunda planta -y volvió a enterrar su cabeza en el ordenador-.

Mientras subía la escalera pensaba en cómo se haría la selección de personal en estos “lugares”; si es que habría una predilección especial en poner de cara al público a la persona menos dotada (la más antipática) para estos menesteres, y en que me daban ganas de cagarme en el funcionario. Luego pensé que yo también soy funcionario público y a lo mejor me salpicaba algo. Claro que, hay funcionarios y funcionarios, como todo. Un respeto, oiga, que todos no somos iguales –me dije para mí mismo-.