Pat sacó la cabeza por la ventanilla y vio el ambiente de la estación. Nunca había visto tanta gente. Se volvió y dijo nerviosa:
–Asómate José Manuel, mira qué ambiente.
Él, que no era la primera vez que veía Atocha no le dio importancia.
–Prepárate, nos vamos.
Salieron cogidos de la mano en busca de un taxi.
–Al Hotel del Norte, indicó José Manuel.
Pat estaba nerviosa, mirando aquella fila de coches que circulaban a su alrededor, los altos edificios, la fila de personas esperando para cruzar las calles. Todo era nuevo para ella y cada vez le apretaba la mano más fuerte a su nuevo amor.
–Ya hemos llegado, bájate.
Pat seguía asombrada por todo lo que veía. Sintió también el frío de la mañana de Noviembre. El Sol calentaba lo justo y tembló quizás también por tantas emociones. Estaba feliz. Le encantó la habitación. Descorrió las cortinas y se echó en la cama.
José Manuel entró al cuarto de baño y mientras se afeitaba ponía orden en su cabeza para empezar el trabajo en la Feria. Además estaba ella, que ahora empezaba a convertirse en un problema más.
Secándose la cara salió a hablar con Pat. Ella le escuchaba con atención:
–Vamos a ver Pat, cariño, tienes que quedarte aquí mientras veo a don Enrique. Toma veinte mil pesetas, cómprate ropa, vete a la peluquería y cuidado no te vayas a perder. Recuerda el nombre del Hotel y cómprate unos buenos zapatos de tacón alto. Es importante. Estaré aquí a las cinco. Come también algo y cuídate.
José Manuel se vistió con el traje gris de trabajo. Se miró en el espejo del ascensor y aprovechó para centrar el nudo de su corbata. Empezaba a oír de lejos los gritos de don Enrique y se dio ánimos pensando en que todo saldría bien.
El taxi le dejó en la puerta del recinto Ferial. Ya conocía el sitio. Subió las escaleras de la entrada y respiró profundamente para que no se notara el estado nervioso en que se encontraba. Empezó a ver los stands a uno y otro lado de un gran pasillo lleno de curiosos y compradores. Había desfiles de moda que combinaban ropa y zapatos y sin querer volvió a acordarse de Pat. Quizás la tenía que haber llevado con él pero era mejor de momento no complicar más las cosas.
De pronto, como una aparición, en una de aquellas salas, estaba su jefe rodeado de personas que le escuchaban entre risas y admiración falsas que se vieran compensadas con un buen pedido.
–Don Enrique, -exclamó José Manuel con alegría-.
–Vaya hombre, ya estás aquí. Por fin. ¿Dónde mierda has estado? -preguntó mientras se secaba el sudor de su grasienta cara con un pañuelo que cada vez era menos blanco.
–El tren, que ha venido con retraso, luego el hotel, mientras lo cogía. Disculpe.
–Pues vale, vamos a trabajar. ¡Eh, vosotros, os voy a presentar! Este es José Manuel, mi secretario, mi mano derecha. Cualquier cosa que necesitéis, preguntadle a él. No vayáis a engañarle porque le rompo la cabeza a uno.
Así de brusco era su comportamiento. Todos le rendían pleitesía con tal de que le compraran. No entendía de modales.
José Manuel sacó una carpeta llena de apuntes con proveedores, tallas, colores, tendencias de moda y dibujos que había improvisado para la ocasión.
–Señores: -dijo con voz enérgica que él mismo no creía- vamos a trabajar, primero, muestras, precios y luego pedidos, pero con orden.
Aprovechando que don Enrique había salido a fumarse un cigarro, aquellas personas se desataron con José Manuel al que, a la vista de su estilo tan distinto, consideraron su confidente y le contaron los problemas con su jefe:
–Es un déspota, un mal educado.
–Es un cerdo con mucho dinero,-dijo otro-.
–Somos fabricantes, distribuidores, pero también personas.
Eran sus quejas. José Manuel le quitó importancia a aquellas acusaciones y les explicó que él también pasaba por lo mismo pero que el fondo era buena persona.
–Yo también paso malos ratos pero la vida es así. Llevo solo seis meses en esto y os digo que merece la pena.
De pronto cambiaron de conversación. Don Enrique se acercaba sigiloso a ver el trabajo que allí se realizaba.
–Para ese pedido necesito el diez por ciento más de descuento.
–No puedo don Enrique. Estoy muy pegado a los costes. Compréndalo.
–Pues si no puedes te jodes, o no compro nada. Tú verás.
Todo era igual. Rompía el buen ambiente y al final conseguía sus propósitos.
–Lo ves, José Manuel, hay que ser duro.¡¡A ver si aprendes de una puñetera vez!!
José Manuel asentía y pensaba en su buen sueldo para consolarse. También en la noche en el tren con Pat. Tragaba saliva y seguía trabajando como si nada.
–Terminad y seguimos esta tarde. Tengo reservada mesa para comer todos juntos.
Con los descuentos extras que sacaba de sus compras se dedicaba a dar comilonas que compensaran los malos ratos y así contentar a sus invitados. En el fondo, era una estratagema para que lo siguieran adorando con hipócritas frases como “don Enrique es usted el mejor”. Le gustaba oírlas. Era como un niño que necesita mimos cada momento.
José Manuel, durante la comida, aprovechó para poner al día un poco a su jefe:
–Don Enrique, tengo la sustituta para la tienda de Torremolinos. De momento puede ocupar la plaza de Paquita, la embarazada que vamos a echar.
–Bueno, bueno y ¿donde está?
–La tengo en el Hotel.
¿En el Hotel? Eres un cabroncete. ¿Por qué no me la has traído para que la viera? ¿Está buena? Oye, antes de que se me olvide, compra esta tarde un buen perfume para doña Inés y algún peluche para Inesita, no me puedo presentar con las manos vacías a la vuelta.
–Y ahora, volviendo a lo de antes, cuéntame: ¿Cómo se llama? ¿Dónde la has conocido?
José Manuel le dio toda clase de detalles mientras apuraba su copa de vino. Los demás hablaban entre ellos formando tertulias con algunas risas producto ya de los efectos del alcohol.
De pronto, el grito de don Enrique les hizo enmudecer de nuevo:
–¡¡Vamos, se acabó la fiesta, a trabajar!!
Y sin rechistar, salieron del restaurante agradeciendo a don Enrique la comida.
Siguieron trabajando hasta cerca de las seis y José Manuel empezaba a preocuparse por la suerte que podía haber corrido Pat.
–Pues llámala, qué narices, eres tonto, ahí fuera tienes un teléfono, -increpó don Enrique deseoso también por saber de Pat.
Así lo hizo. Informó a su jefe:
–Está bien, le he dicho que iremos al Hotel a buscarla.
–Joder, terminemos esto ya, estoy harto. ¿Qué me dices de estos zapatos catalanes? Son raros, ¿no?
–Don Enrique, no se preocupe, ya tengo hecho un pedido de prueba. Pueden resultar.
Al final de la tarde, don Enrique y José Manuel salieron de la feria en busca de Pat…
José Antonio.
Ahora llegan al hotel y Pat no está, se ha ido a dar una vuelta por Madrid y a gastarse la veinte mil pesetas, y cuando la encuentran, les pide otras veinte mil del ala, que le hacen falta para liquidar la cuenta de las compras.
By: Santiago on 25 septiembre 2008
at 23:52
Y por qué la propone para trabajar en una zapatería sin preguntarle, a lo mejor Pat es licienciada y tiene curro o rica, vamos que en vez de retirarla le busca un trabajo, seguro que mal pagado y de jornada partida.
By: Africa Puente Cristo on 26 septiembre 2008
at 00:21
Santiago:Casi estás acertando
pero no,pasarán otras cosas.
Africa: Pat es una niña de dis-
coteca,solo tiene el Graduado
Escolar y unos cursos de inglés
que estudia en Gibraltar.Veremos
que pasa…
By: José Antonio on 26 septiembre 2008
at 10:06
Gracias CABERNA por corregir
lo que escribo.La velocidad y las
pausas de «José Antonio,¿Puedes
salir? hacen que confunda tildes
y matildes,uves con ubas y así
es la cosa.
By: José Antonio on 26 septiembre 2008
at 13:50
De nada, hermano. Es un placer repasar tus relatos. Muy bueno lo de confundir tilde con Matilde.
Un abrazo.
By: caberna on 26 septiembre 2008
at 19:37
No hay nada como increpar a un artista a que termine su obra; qué sería de nosotros si los papas no hubieran metido prisa a Miguel Angel, o los acreedores a Leonardo, o los editores a Alejandro Dumas con sus cuadernillos del Conde de Montecristo, o Los Tres Mosqueteros. Esperemos que esta obra de Jose Antonio no tenga la duración y los capítulos de una de estas obras; si no, se enterarán nuestros nietos del desenlance.
A mi no me importaría, dado lo magistralmente desarrollado de la acción, ¿y la puesta en escena?
Yo le pondría, (si fuese una película) nada más llegar nuestros protagonistas a Madrid, como música de fondo, el fandango de Boccherini.
Y contrata a un mancebo inteligente para que te dejen tranquilo.
Un abrazo.
By: santiago on 26 septiembre 2008
at 22:17
Es buena idea lo de la música, Santi. Yo ya había intentado poner música en otras entradas, pero no se pueden incluir ficheros en pm3 (no sé si es una limitación de wordpress o que yo no sé hacerlo bien), así que es una pena porque el fandango de Boccherini habría quedado muy bien.
By: caberna on 27 septiembre 2008
at 10:22
Santiago: Gracias por tus elogios,
por otra parte no merecidos.Me
suena a cachondeito las compara-
ciones:Miguel Angel,Leonardo da
Vinci,Alejandro Dumas…
Procurare escribir más deprisa para que
esto se termine antes.Los manceb@s inteligentes
están a un precio muy alto.Tengo que hablar con
don Enrique a ver si me busca alguien barato
porque se me casa una niña y las cosas no
están para jugar.
By: José Antonio on 27 septiembre 2008
at 10:34
No creo que Boccherini sea el más
indicado.Demasiadas castañuelas,
comparando,mejor Albeniz ó Falla.
Pero creo que lo mejor es crear una
música para cada ocasión,je,je,je.
By: José Antonio on 27 septiembre 2008
at 10:49
Pues no me gusta don Enrique… y seguro que no me va a gustar. Seguro que trata a Pat como a una fulanilla y me va a fastidiar mucho… J.A. aunque sea desvirtuar la realidad, procura que se caiga y se rompa una pierna y te deje solo en Madrid con Pat. ¡Anda, hombre!
By: Milano on 27 septiembre 2008
at 23:44
Tranquilo Milano,todo se andará.
José Manuel sabrá que hacer con
don Enrique…
By: José Antonio on 29 septiembre 2008
at 11:21