Posteado por: caberna | 16 julio 2008

Un té en Melilla (Relato de Jose Antonio)

Sigue el Levante golpeando las rocas con las olas de espuma blanca y el calor es pura humedad que empapa los cuerpos dejando el sabor de la sal mezclada con el sudor del esfuerzo del trabajo. Solo el aire acondicionado cambia un poco el poder seguir.

Me escapo a tomar un té. No suelo tomarlo pero la foto me lleva a cambiarlo por el café de las siete y media.

No hay apenas nadie en la tetería. Aprovecho para acompañarlo con unas pastas que me trae Mina, la camarera. Con una sonrisa, me ha dejado una pequeña tetera y una bandejita con pastas. Una delicia para ver, para oler, para saborear lentamente mientras al fondo se oye una música de guitarras andaluzas y chirimías de Fez.

Mina me mira con sus grandes ojos negros y no puedo dejar de preguntarle mientras la yerbabuena expande su olor. Mina es dulce como el té. Está triste. No ha conseguido en nueve años un trabajo mejor. Quizás necesite que alguien la anime. Sus manos están machacadas por el constante fregar de tazas y platos. Su corazón, también machacado por un novio que acaba de dejarla. El amor de su vida, la esperanza para mejorar sus manos y todo su cuerpo, acaba de esfumarse.

Cuando Mina salió de su Kabila, cerca de Sidi-Harazem no le tenía miedo a la vida, ahora si. Fue capaz de atravesar medio Rif desde las colinas de Fez hasta Taurit, luego entrar en Melilla y empezar a limpiar escaleras, casas, colegios, y viviendo en una pequeña y ruinosa casa con un alquiler compartido iba tirando de la vida.

Me apuro la tetera y me sigue contando su historia. Pienso que su vida estaba en su pueblo con la familia a la que ahora necesita. Quiere volver con su madre y sus hermanos pero allí no hay trabajo, solo manantiales y palmeras. Se ha acostumbrado a las rebajas de Zara, a los teléfonos móviles, a ver en la pequeña tele de su casa los programas de operación Triunfo. Lleva tacones y bolso a juego, aunque baratos, bonitos. De vez en cuando se bebe un cubata mientras se baña en bikini y oye música de los cuarenta principales.

Ya no puede volver. Le hemos destrozado su vida y hemos creado un monstruo de discoteca.

El té, que un día tomaré con mi hermano, ha merecido la pena. Dejo tres euros en la mesa y le doy a Mina un beso en la mejilla. En la puerta, al despedirse, me aprieta la mano con fuerza.

Jose Antonio.


Respuestas

  1. Historia triste la de Mina, y como la de ella, la de un montón de personas que han querido y quieren mejorar de vida, buscando horizontes mejores, lejos de la kabila que los vio nacer. Y mientras tanto, la historia del mundo continúa, unos con tanto y otros con tan poco… Pero seguro que los políticos lo arreglan cualquier siglo de estos que tengan ganas y tiempo…
    Gracias por la historia, hermano. Como siempre, pones el dedo en la llaga…
    Un abrazo.

  2. Entre plato y plato, o entre copa y copa, Fernanda nos iba desgranando su triste devenir de emigrante, primero EEUU, luego Italia, y finalmente España, Málaga, un bar en calle Mármoles, a veces recordando su niñita de cinco años allá en Sao Paulo se le asomaban las lágrimas que a duras penas podía reprimir.
    Fernanda es alta, guapísima y simpática, sólo con su presencia alegraba la clientela de la terraza las noches de verano. Se volcaba con Mila y conmigo en atendernos, siempre le preguntábamos cosas de su vida, por su hija y su marido allá en el nuevo mundo. Le dábamos consejos, que tenía que traerse a su familia lo antes posible.
    Una noche nos sentamos en la terraza y habían cambiado de camarera, le preguntamos por Fernanda, y soslayando la pregunta nos dice que en la cocina, ¡mentira!, la habían despedido, el dueño que es un trápala había contratado a otra por algún cochino interés.
    Yo creo que desde entonces no levanta cabeza ese negocio.
    Un día dando un paseo nos encontramos a Fernanda con su niñita y su marido, nos saludó con una sonrisa de enorme felicidad.
    Esa noche nos sentamos en la terraza contigua para que nos viera el trápala.
    ¡Salud camaradas!, ¡arriba España!

  3. Sí, Santi, supongo que de casos así está lleno nuestro patio y el patio de los vecinos también porque en todas partes cuecen habas y en ningún lado atan los perros con longanizas (que se decía antes).
    La explotación que se ejerce con los inmigrantes es una vergüenza. -Si quieres, haces doce horas trabajando como una mula y si no, ya sabes, vete a otra parte. Y como resulta que al que viene de lejos y encima ha dejado familia en su país, necesita cualquier cosa, pues abusan de la necesidad ajena, que es el crimen más horrible que se puede cometer. Esa es nuestra sociedad de bienestar. Algunos deberían recordar -antes de explotar a nadie- que sus antepasados fueron explotados en Alemania o en Francia… ¡Pero quién se acuerda de eso ya!
    Un abrazo.
    PD.- Perdona, vecino, pero llevo un rato dándole vueltas y no entiendo muy bien la contradicción entre –> ¡Salud camaradas! (frase comunista)
    y ¡Arriba España! (grito fascista) ¿Me pué explicá porque lo pone junto?

  4. Esta es una historia que me contaba mi madre del tiempo de la guerra civil allá por Antequera, un locutor de radio harto de que fusilaran a su compañeros locutores de un bando y del otro, como todavía no estaba muy clara la cosa, se invento el saludo al final de la emisión esa de ¡salud camarada!, y ¡arriba España!, y así lo dejaban tranquilos los dos bandos.
    Por hacer una gracia.
    También podría haber puesto ¡impasible el ademán, vamos a las barricadas… puaff.- tonterías mías de una tórrida y aburrida tarde de verano, lo mio los besos y abrazos para todo el mundo.

  5. Ah, bueno, ahora entiendo la gracieta. Es que me habías dejado preocupado, pensando… «A mi vecino Santi le está dando demasiado sol en la cabeza estos días de calor en Málaga y se le está yendo la pinza un poquito» Pero ya entiendo, es como cuando te decían: -No te vayas, ¿qué vas a hacer aquí?
    Y tú no sabías si irte o quedarte, (je, je.)
    Un abrazo.


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