La hermana de mi padre, mi tía Manola, trabajaba en el Hospital Militar de Ceuta, con las monjas de San Vicente de Paul, aquellas que llevaban unas tocas aladas, que parecían gaviotas que iban a coger vuelo para llegar al cielo. Los pobres soldados enfermos, impresionados, se escondían por los rincones de las salas al verlas llegar, pues estos cuervos les negaban el postre a los que el domingo se escaqueaban de la misa, aunque estuviesen impedidos por enfermedades o heridas graves. Los trataban con la punta del pie.
Mi tía, aparte de su trabajo en el costurerito, donde arreglaban y planchaban a base de almidón aquellos artilugios tan poco propicios para trabajar de enfermeras, también colaboraba en la dirección del coro de la capilla además de tocar el arminium. Este coro siempre estaba formado por gente semi-profesional, que llegaban de todos los rincones de España, enfermeras, sanitarios haciendo la mili, médicos o monjas, algunos auténticos profesionales de la música, y mi tía los dirigía magistralmente, y de ello puedo dar fe, porque todos los domingos me subía al coro para oírlos cantar, bueno y también porque después nos tomábamos unas tostadas y galletas con un café exquisito, que le dejaban preparado de la cocina de la comunidad. Luego por la tarde, después de comer, cuando todas sus compañeras estaban en su casa con su familia o en la playa, ella tenía que asistir a la consagración de la sagrada forma, y había que hacerlo con música.
Siempre he oído decir: «en comunidad no demuestres tu habilidad». Pero ella bien que lo demostró.
Cuando llegaban la Navidades, la dirección del montaje del belén, ¿en quién recaía? En Manolita, por supuesto. ¡Ah y todos los años a ganar el primer premio, entre todos los belenes de Ceuta!
Y claro, ya la cosa se había desmandado de tal forma, que adivinaron que ella también pintaba, que si un corazón de Jesús por aquí, que si una Inmaculada por allá, que si unos angelitos acullá, y las monjitas con su alitas cada vez más tiesesitas.
No se me borrará de la memoria ver a mi tía en una sala muy grande y vacía, y ella allí en medio, en una mesita con una luz alumbrándole y una lupa en sus manos, pintando estampitas, como las de los recordatorios de la primera comunión y utilizando como pincel un pelo, y no se conformaban con que pintara dos o tres y sacar todas la copias que hicieran falta en la imprenta, ¡que va! Treinta y tantas estampitas y todas con motivos distintos… ¡Una escena auténticamente kafkiana!
Un día oí una conversación en la puerta de la capilla que me dejó estupefacto. Hablaban los jerifaltes aquellos de la posibilidad de pintar un fresco en la bóveda que formaba el techo del altar, y ¿hacia quién dirigían sus miradas? Hacia doña Manolita por supuesto, y doña Manolita tuvo que improvisar una disertación sobre la técnica del fresco…-«Hay que mezclar los colores con cal, agua y polvo de mármol y aplicarlos mientras están húmedos de ahí su nombre «Frescos», y luego esperar que se seque. Entonces es cuando toma su color definitivo. Es una técnica muy difícil, porque no admite retoques, es como los colores cerámicos que cambian totalmente después de hornearlos». ¡Qué trabajito les costó cerrar la boca a todos aquellos pasmados ignorantes!
En muy poco tiempo montaron un andamio, Manolita se colocó unos pantalones y se puso manos a la obra.
No estoy muy sobrado en religiosidad, pero creo que aquella obra de arte representaba a la virgen de Lourdes sentada en una silla de enea y la otra santa mirándola místicamente de rodillas tenía el rostro autorretratado de mi tía.
Muy pocas veces tuve la oportunidad de admirar esa maravilla, pues para verla había que acercarse hasta el altar a comulgar y mirar hacia arriba. Hoy en día, esta cúpula esta cerrada con un falso techo de escayola, seguramente por falta de cuidados del techo de la capilla.
Santi.
Es posible, es más que posible, que en otro momento de la historia, tal vez ahora (o a lo mejor tampoco ahora, pues hay mucho «triunfito» suelto)…. Bueno el caso es que tanto tu padre como tu tía eran dos artistazos que hubieran merecido el reconocimiento de la sociedad, pero me temo que no estábamos preparados para eso entonces y no sé si ahora (a no ser que vayas a Gran Hermano o a Operación Triunfo…)
En fin, cosas…
Gracias por recordarnos la historia, Santi.
By: caberna on 28 abril 2008
at 17:54
Muy bien Santi por recordarnos de
nuevo historias tan bonitas.He visto
la cara de tu tia Manola tocando el
piano.He visto la Capilla y hasta los
eucaliptus de los alrededores.
Quizás Carlos,tengas razón.¿Cúantos
Genios se perdieron en aquellos tiempos?
Quizás porque nacieron antes de tiempo
ó porque el tiempo no era su tiempo.
Ahora tenemos que aguantar cantantes y
musiquillos por todas partes promocionados
por grandes multinacionales y a chupar todos
del niño ó la niña que canta.
Gracias por la historia de nuevo.Un abrazo.
By: José Antonio on 28 abril 2008
at 18:32
…y llegó la venganza por medio de su sobrino Santi, que, saltando la muralla del hospital que mas bien parecía un fuerte de Oeste, se metió en el recinto donde tenían enjauladas las ratas indias con las enfermedades inoculadas, y tirando de una anilla liberó de su cruel cautiverio todas las cobayas, no quedando ni una, todas escaparon y se dispersaron por el secano a través de los desaguadores del paredón, ver a los enfermeros y al teniente de sanidad con aquella bata blanca que le llegaba a los tobillos, cogiendo animalitos y metiéndolos en sacos, es la cosa mas divertida que he provocado en mi vida.
Una vez contándole esta historia a mi suegro se le cambio el color de la cara y me dijo: si te llegamos a coger se te cae el pelo, pero de viejo en un calabozo militar. Mi suegro era el teniente de la bata hasta los tobillos. Otra vez se etrecruzan los destinos de personas tan dispares.
Muchas gracias por aguantarme y cuando querais me parais los pies sin nigún compromiso.
By: santiago on 28 abril 2008
at 20:48
¿Parar lo pies? ¡Qué va, qué va! Tú no sabes lo que yo disfruto leyendo y releyendo (cuando hay tiempo, por las noches sobre todo) las historias con que das vida a este blog. Estamos recuperando la historia del barrio que nos vio nacer, de aquellos años 50 y 60 en la calle Terraplén, ese pequeño nido de pájaros que luego volaron cada uno hacia un lado pero que ahora, gracias a Internet, pueden cada noche volver de nuevo al nido para contarse viejas historias…
Por cierto, maravillosa venganza la de liberar a las ratas de laboratorio. Quién te iba a decir a ti que luego te casarías con la hija del de la bata blanca… La vida es un maravilloso pañuelo que se dobla por donde quiere y hace coincidir a gente impensable…
Un abrazo.
By: caberna on 28 abril 2008
at 21:16
Lo de las ratas, de película, Santi… me he imaginado perfectamente la cara de tu suegro. ¡Dí que sí!
By: Milano on 29 abril 2008
at 10:09