Los domingos de verano, cuando no había televisión ni carrusel deportivo, por la tarde solíamos reunirnos alrededor del viejo piano, que mi tía se encargaba de sacarle algunas notas y mi padre entonaba -con su voz de tenor que todavía conservaba- canciones de siempre. Y si había visita de algunos familiares -como ocurría aquel día- que llegaban con sus bandejas de pasteles, la juerga estaba asegurada. El vozarrón llegaba a todos los rincones del barrio… Una señora del piso de arriba, visiblemente emocionada, porque llegaban hasta ella los sones de una jota Navarra, decía:
– Pero si esa jota se cantaba en mi pueblo, Tudela, y la bailaba yo en mis años mozos.
Y asomada a la ventana, preguntaba intrigada:
– ¿Quién canta?
Quien le iba a decir a aquella señora, que con el correr de los años, un hijo de aquel rapsoda se casaría con su nieta.
Y aquel rapsoda seguía cantando, no había quien lo parara una vez cogida la entonación y el acople con el piano. Su garganta era incansable, cuando daba el do de pecho los cristales parecían que iban a saltar hechos añicos… Cuando terminaba una pieza, nos rompíamos las manos aplaudiendo. Los que le oían desde la calle también, ya le conocían y admiraban su arte, sobre todo por cantar en la misa del gallo en la capilla del hospital militar, las nanas de Brahms y de Schubert, acompañado de su hermana en el armonium. Luego cantábamos a coro canciones archisabidas por todos, como aquella de AY AY AY:
Asómate a la ventana ay, ay, ay,
paloma del alma mía,
que ya la aurora temprana
nos viene a anunciar el día…
El amor mío se muere
ay, ay, ay,
y se muere de frío
porque en su pecho de cielo
ay, ay, ay,
uno quiere estar de abrigo
ay, ay, ay, ay, ay, ay.
Un murmullo subía de la calle, gente corriendo de un lado para otro, algo se decían entre sí que no llegaba a nuestros oídos, otros corrían hacia la playa, y todos llevaban algo en las manos, parecían cacharros de cocina, cacerolas, ollas, bolsas de tela. En el mar se veían barcos de pesca muy cerca de la orilla. Un marinero había avisado para que acudiera todo el mundo porque habían encontrado un banco de boquerones tan enorme que ya no cabía en sus bodegas ni una caja mas de pescado y lo estaban arrastrando hacia la orilla, yo me llevé un colador de esos que llaman un chino y cada vez que lo metía en el agua salía lleno de pescado, y así iba llenando todo los utensilios que se ponían al alcance, aquello parecía un milagro bíblico, el maná caído del cielo, la multiplicación de, en este caso de los peces, yo recuerdo que llevaba los bolsillos llenos de boquerones. Estuvimos comiendo boquerones cocinados de todas las formas posibles varios días, fritos, asados, al natural, al limón. Nunca olvidaré aquel añorado día de fiesta de finales de verano.
Bueno amigo Carlos, otra historia más, parece mentira como se revive en la memoria aquellos días de la infancia, con la claridad que afluyen a nuestras yemas de los dedos. Ahora, no me preguntes que almorcé antesdeayer. Un abrazo.
Santi.
Como siempre, recuerdas y escribes con la misma fluidez… Es estupenda tu historia. Yo recuerdo lo de los boquerones porque se estuvo recordando en el barrio durante mucho tiempo aquel bendito banco de pescado que dio de comer al barrio durante unos cuantos días, en unos tiempos en que no se andaba sobrado de dinero precisamente. Y de tu padre, Enrique, qué decir… Tengo a medio escribir unos recuerdos sobre él… Esta semana ando mal de tiempo, pero prometo terminarlo y publicarlo… Enrique me fascinaba con sus magníficas condiciones artísticas y personales.
Gracias por la historia, Santi, he vuelto durante un rato -por esta noche- al viejo barrio que nos vio nacer.
Un abrazo amigo….., AMIGO.
By: caberna on 9 abril 2008
at 21:19
Buena historia Santi.Recuerdo a tú padre
sentado en el piano.Su voz resonaba por
El Barrio con la admiración de grandes y
pequeños.Con pocas cosas éramos felices,
hasta cogiendo boquerones en toda clase de ollas
entre risas y nervios,bajando y subiendo La
Rocha a ver quíen llevaba más.
Sin embargo,no recuerdo a la nieta de la señora
de arriba.
Gracias por tú historia.Un abrazo.
By: José Antonio on 10 abril 2008
at 08:31
Buen relato recordando nuestros tiempos, Yo Mismo me acuerdo perfectamente de aquel banco de boquerones, llegó un momento que nos salia por las orejas.
Hacia tiempo que no salias por aqui, me alegro de saludarte.
By: Yo Mismo on 4 abril 2011
at 22:39
Muchas gracias YO MISMO, ya hace tres años que puse este relatillo en el blog de Carlos y me ha parecido bien recordar, ahora que estamos con la nostalgia y los bellos recuerdos a flor de piel.
By: Santiago on 5 abril 2011
at 13:32